domingo, 12 de octubre de 2008

El talento

El Talento.

En la práctica de la pedagogía del arte es común aludir al concepto de “talento” ya sea, para intentar argumentar la preferencia por un alumno u obra particular de nuestro agrado o bien lo contrario, expresar nuestro rechazo por algún personaje u objeto artístico.

Pero, para ser sinceros, mi preocupación acerca del tema responde específicamente a que soy una suerte de artista o cuando menos un profesional de las artes plásticas y una gran cantidad de veces he recibido la sentencia “ese güey no tiene talento”. Y Siendo todavía más francos, a pesar de expresar una sonrisa burlona sobre quienes intentan insultar de formas tan candorosas no puedo negar que pese a todo, la sentencia me llega, me toca es decir, tengo que consolar mi alma ante ese implacable juicio y la nostalgia me invade ya que no puedo dejar de pensar en que son ya más de veinticinco años en que me he dedicado amorosamente a realizar imágenes y todavía no alcanzo la fama, ni he adquirido ninguna fortuna producto de mi actividad dibujística. Por otro lado el reconocimiento de un gusto por mis imágenes sólo la comparten las dos o tres personas que me estiman y ni siquiera mis padres o mis gatos, puesto que los primeros ya pertenecen al recuerdo y los segundos son parte del olvido.

De modo que ante esa cruda evidencia, dolorosamente tengo que aceptar con vergüenza, que efectivamente no poseo ningún talento. Lo curioso es que eso me ocurre pese a que por supuesto, no creo que “El Talento” exista, o cuando menos, no del modo en que se entiende coloquialmente aunque, paradójicamente esa forma tan común de entenderlo, es lo que todavía me alcanza a lastimar por no tenerlo.

Ese sentido coloquial de lo que se nombra “Talento” creo que es, una especie de cualidad que logra distinguir a un sujeto del resto de sus semejantes, característica que convierte a su poseedor en un ser especial en el aprecio de sus contemporáneos. Esa cualidad que le es intrínseca al sujeto en cuestión, esta relacionada con alguna habilidad que se es capaz de realizar con notable destreza. Quizá sea conveniente añadir que la destreza en cuestión que se nombra “Talento” resulta distinta de la “Inteligencia” ya que esta última se entiende como una habilidad en el aprendizaje de algo, a diferencia del “Talento”, no se trata de aprender sino de poseer. Quiere decir que en un caso, la “Inteligencia” es una capacidad para adquirir mientras que en el “Talento” no se adquiere, se posee. La primera una lógica del tener, el segundo del ser. Por último esa posible destreza que se es o, que se tiene, está referida casi siempre a un campo de significación artística, forma parte culturalmente de los atributos que un artista posee y que lo hace digno de culto.

Talento y psique.

Quizá lo primero que nos sirva para esta reflexión sobre el “Talento” sea proponer una relación con su posible papel en la psique del sujeto. Esto ocurre desde que he mencionado el ser y el tener. Lacan utiliza estos conceptos ontológicos al respecto de la constitución de un sujeto donde el niño en su relación edípica construida bajo la triangulación madre, hijo, padre, se constituye inicialmente desde el deseo de la madre, quien en algún sentido colma su propio deseo a través de su hijo y así, éste deviene objeto de satisfacción de ella, en términos psicoanalíticos se diría que el hijo es el Falo de la madre.

El Falo en la teoría psicoanalítica representa el significante de la falta, una suerte de objeto del deseo abstracto y general, aquello que todos buscamos y con lo que alcanzaremos la satisfacción del deseo. De manera que, en un principio en una relación pre- edípica el niño resulta ser el Falo de la madre. Sin embargo en un proceso fluido de constitución de un sujeto una madre moviliza la dinámica edípica mediante su propia insatisfacción y desplaza su deseo desde su hijo hacia otro sujeto, ocasionalmente el padre de ese niño o en su caso cualquier otra figura que ocupe ese papel, de este modo, el hijo se frustra y requiere voltear hacia aquel que parece ser ahora el objeto de deseo de su madre y que, más que ser un falo, lo tiene. Es decir, se pasa de ser el Falo de la madre a tener el Falo del padre, de ser a tener.

Talento , Deseo, Falo.

Qué papel podría asignársele al “Talento” en esta escena, sin duda como objeto de deseo, en términos más precisos de Falo. El “Talento”, sería aquello que todo artista quisiera ser como objeto de distinción y reconocimiento, el “Talento” es el Falo del artista de modo que, esa nostalgia que me inunda al descubrir que no poseo talento quizá su origen sea la brusca confrontación con el hecho de la castración, en efecto aquellos que me dictaminan “sin Talento” en realidad me recuerdan que estoy castrado, incompleto.

Si como dice Lacan en su seminario 6 “ El Deseo y su interpretación” el Falo es el significante de la falta pero, el Objeto “a”, sería su consecuencia. Entonces el “Talento” sería Falo de modo general y el Objeto “a” la construcción de esa particular habilidad que poseo singularmente. El Falo en tanto que significante lo podríamos entender como un espacio, un lugar a ocupar, un hueco donde cabe todo aquello que llene una falta pero, el Objeto “a” es justo lo que llena ese hueco, el Falo como el general, el Objeto “a”, como el singular.

Lo que propongo es que el “Talento” bien puede ser tanto Falo como Objeto “a” y que, en cada caso cumple una función distinta para el sujeto. Un poco antes dije que mi tristeza al saber que no tengo “Talento” es consecuencia de la castración que implica una pérdida frente a ésta, es posible reaccionar bajo dos procesos, si seguimos un poco a Freud: un Duelo o una Nostalgia por el Falo.

Melancolía o Duelo por el “Talento”.

La melancolía implica un rechazo de la pérdida, una vuelta imaginaria al estado en que lo perdido se poseía, ese objeto perdido ha devenido vital en nosotros y de algún modo nos hemos convertido en ese objeto, Freud lo dice mejor: la sombra del objeto ha caído sobre el sujeto. De algún modo el artista nostálgico deviene él mismo “Talento” en pérdida, es el Falo precisamente por no tenerlo. Esta circunstancia es cercana al mito del artista romántico pues en ese modelo de creador el artista es la consecuencia de un sacrificio trágico, quizá el sacrificio del sujeto sólo que, en el acto de ser sacrificado se deviene Falo pero, un Falo ausente.

En algún sentido el artista romántico es un sujeto que ha convertido su Falta en su talento y por ello se ubica en una postura nostálgica. Su talento es ser lo que no posee. Pienso que aún en nuestros días esta idea alrededor del artista sigue vigente en la cultura, comúnmente se suele ver en los artistas seres desposeídos, cuando menos de una capacidad práctica para sobre llevar los aspectos pecuniarios del mundo: economía doméstica, solución a dificultades hogareñas, poca atención por la cotidianidad conflictiva. Se piensa en un artista lunático, perdido en sus propias elucubraciones en estado de orfandad. Más allá de la ocurrencia o no, de este suceso social respecto de los artistas quizá lo más patético es cuando es el mismo artista, quien se dispone a cumplir con ese papel cultural y se relaciona con su entorno investido con ese rol. En todo caso lo significativo es que la apariencia del talento es ser sujeto en pérdida o dicho de otro modo, para el artista tener talento implica ser el Falo.

Aunque parece que he olvidado la reacciones que frente a la pérdida nos ha propuesto Freud no es así, al final volveré sobre un artista en Duelo además del melancólico. Por ahora me gustaría señalar un aspecto más sobre la condición de exigencia que un artista sufre por ser talentoso.

Deseo y “Talento”.

Algo más que interviene dentro de este proceso para ubicarse como artista en nuestra cultura es el problema del Deseo. Parecería normal comprender que la creación es un ejercicio del Deseo sin embargo, como quizá ya se ha esbozado el problema, esto no es tan simple. Si en una cadena significante la demanda sobre un particular tipo de sujeto es decir, un artista, se sitúa en ser talentoso y se responde a esta demanda sin una consciencia de la insuficiencia que toda demanda posee, la respuesta produce un sujeto atrapado en el Deseo del Otro. Si bien como dice Lacan, todo Deseo es siempre Deseo del Otro, esto se matiza en el ejercicio particular que todo sujeto actualiza en una vivencia. Para que aparezca el Deseo un sujeto requiere de una demanda sin embargo, la reacción a la demanda se genera en diversas circunstancias, por ejemplo: sin una reflexión consciente sobre lo que se nos pide la respuesta es una experiencia en la que somos ciegos de la circunstancia demandante en la que estamos y en una suerte de naturalización más bien creemos que hacemos lo que hacemos y queremos lo que queremos, por voluntad propia.

O bien, se responde a la demanda dentro de la consciencia de que, eso que anhelamos lo hemos recibido de la cultura, nuestros deseos provienen de lo que hemos aprendido a desear. Quizá parece lo mismo sólo que en el primer caso ejecutamos un acto inconciente y pertenecemos al pensamiento que nos determina, mientras en el segundo somos conscientes de nuestro inconsciente y así, el pensamiento nos pertenece. En el primer caso somos el pensamiento, en el segundo tenemos el pensamiento.

Talento y Falo del Otro.

Pero todavía habría algo más trágico respecto del talento. Eso que nos exige desde la cultura, Lacan lo nombra el Gran Otro, una suerte de personificación que sin embargo, sólo posee existencia simbólica y representa al significante. Para su reproducción requiere autoafirmarse ya que aunque no es un ente real posee existencia autónoma, aún incluso de aquellos que en apariencia la han creado es decir, los humanos. La tarea de reafirmación de una cultura se produce en la exaltación de sus valores y de quienes los enarbolan es decir, una cultura necesita sujetos ejemplares que confirman los principios que sustentan la validez del significante y el papel que éstos personajes asumirán es el de Falo del Gran otro.

Todos los sistemas sociales requieren de esta función, que aquí me aventuro a sugerir como análoga a ser o tener el falo para un sujeto sólo que, aquí reproducida a escala social. Por ejemplo, la religión tiene sus santos, ellos en tanto sujetos ejemplares expresan los ideales, principios, verdades y certezas de un sistema religioso, son el deseo de la religión si pensamos a ésta desde su ser simbólico, ser el deseo de otro o, en este caso del Gran otro es ser el Falo del Otro.

Del mismo modo el sistema artístico tiene sus falos, aquellos artistas que expresan la verdad de los principios del aparato cultural, los que responden a las demandas del medio. Pero aquí habría que sumar una contradicción en la demanda social que un artista sufre, el conflicto es que el “Talento” sería reconocido por el sistema sólo en la medida, en que ocurra según lo esperado por el aparato cultural, por lo tanto toda respuesta fuera del contexto conocido por la maquinaria de reconocimiento artístico no podría ser considerado más que sin “Talento”, pues una condición para lo simbólico es que únicamente existe lo que se conoce.

Esta circunstancia genera una contradicción con los valores asumidos para la práctica del arte ya que parece que entonces sólo serán reconocidos por el sistema aquellos artistas que respondan dentro de los códigos del sistema lo que los convierte en repetidores de valores estéticos y la duda será en dónde quedaría su deseo.

Si el deseo acontece como un posicionamiento del sujeto frente a la demanda en una dinámica intermitente como lo propone Lacan, parecería que un posicionamiento sin la trasformación del código, procuraría un mayor reconocimiento del medio y así aquellos artistas más valorados serían los menos propositivos. Lo conflictivo es que parece que una de las exigencias requeridas de los artistas sería una especie de originalidad o innovación. Entonces aquellos que más se alejan de la convención serían los más desconocidos pero, también los más transformadores, aunque sin “Talento”.

Dicho de otro modo un artista para ser valorado por su tiempo requiere asumirse como Falo del Gran otro entendido éste, como la lógica autónoma que reproduce al arte como sistema cultural.

El artista inmerso en la lógica de ser el falo, no de tenerlo. Quizá otra posibilidad pudiera ser lo que desde Freud puede ser comprendido como formas de reacción frente a la falta, este artista Falo del sistema a convertido su falta en sí mismo, desplazando al sujeto y ocupando su lugar por el Deseo del Otro. Su objeto perdido, el talento, lo ha borrado dejando caer su sombra sobre nuestro artista, es un melancólico. Quizá pudiera ser un buen momento para esbozar una posición menos mórbida, un artista en duelo.

Arte, duelo y talento.

Mientra que la melancolía se entiende como una suerte de resistencia a soltar el objeto perdido, el duelo sería el proceso de simbolización de esa resistencia. La nostalgia implicaría una permanencia en un lugar imaginario regido por las relaciones de identificación, el duelo el desplazamiento hacia el territorio simbólico de las comprensiones. La melancolía como la insistencia en ser el objeto del Otro, el duelo la comprensión de que nunca seremos la satisfacción del deseo del Otro. La melancolía la convicción de que conocemos nuestro deseo aunque su objeto se ha perdido, el duelo el reconocimiento de que quizá nunca se satisfaga nuestro deseo pero que en cambio podremos desearlo todo sin necesidad de tenerlo.

Un artista en duelo también es un sujeto en pérdida sólo que, ese objeto perdido no es el abandono de su deseo sino su posibilidad de desear. El talento no representaría una pérdida pues sólo sería válido como el Falo del Otro es decir, el mecanismo del significante para producir sus objetos culturales que validan sus propios principios.

En realidad ese artista en duelo tendría que renunciar al “Talento” en la medida en que éste implica convertirse en el deseo del Otro y en un acto de sobrevivencia del sujeto su deseo acontece entre ser o no ser la representación de un supuesto saber del Gran Otro y en un destello, se marca una distancia efímera entre ser artista y tener al arte como objeto imposible de nuestro deseo.

Algo parecido quizá, al final de la última película de Batman, donde él, renuncia a ser héroe y convertirse en objeto de deseo de la cultura y elige ser villano es decir sujeto en pérdida, abandonando el reconocimiento de una cultura a la que él ya no pertenece pero que, paradójicamente al renunciar a ella ésta se convierte en su objeto de deseo.


Janitzio Alatriste T. 2008

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